Publicaciones:
El Mar de Venus. Editorial Hijos del Hule. Barcelona (2010).
Ferro, el Muñeco de Hojalata que Quería ser un Niño con Corazón. Ediciones Gentle Noise. Barcelona (2011).
La Habitación de los Pájaros. Premio Relatos Románticos (2012). Publicación en antología Ese Amor que Nos Lleva, Ediciones Rubeo. Barcelona.
Microrrelato. (Antología). Epidermis. Barcelona (2012).
De tu boca, el despertar (poemario). Ediciones Carena (2013, Barcelona).
Todas las primaveras son pecado (poemario). Ediciones Carena (2016, Barcelona)


sábado, 25 de junio de 2011

EL HIJO DE LA FRUTERA
Decían las malas lenguas que Doña Mercedes, la frutera del barrio, hablaba con su propia vagina.
Aunque dicho acontecimiento pudiera parecer un desatino, afirmaban los que bien la conocían que sí, que era cierto: Doña Mercedes mantenía largas y distendidas conversaciones por debajo de su espalda.
A sus cincuenta y cinco años, la señora de las frutas, decía que en su interior crecía un niño desde hacía años, y esperaba pacientemente su nacimiento colmándolo de mimos y atenciones, como si ya fuera niño de pañales y vida recién vivida.
Cada mañana, la Frutera cogía un yogurt, una cuchara, y se la introducía fría en la vagina susurrándose con la mirada gacha: -“mi amor, abre la boquita”-.
A continuación, le limpiaba los restos, le dedicaba una nana.
Y así, Mercedes vivía feliz, cuidando con esmero de su primogénito, tan querido y tan engendrado; porque según la Frutera, un día ese niño nacería, acallando las pérfidas y descreídas lenguas del barrio, de todos aquellos que tanto dudaron de su procurada gravidez. El mejor fruto de la Frutera nacería buen mozo, bien criado, y todos en el vecindario envidiarían su concepción, tan reciente y madurada.
Al anochecer, Mercedes cerraba la frutería, paseaba hasta el puerto y se sentaba con el vientre desnudo frente al mar, cantando canciones de amor, mirando a la luna.
Sin embargo, un aciago día, la tienda de Doña Mercedes permaneció cerrada, el barrio se quedó sin frutas.
Y es que, un tres de marzo, cuando Mercedes se disponía a alimentar su sexo y su anhelado hijo, estos cerraron la boca despiadada, no secundaron la maternidad altruista y bien intencionada.
Fue entonces cuando la Frutera encogió el vientre, sintió una punzada aguda, el hijo ya no estaba, no abría la boca el mal nacido. Mercedes sintió el sexo menguado y sin sentido. Cayó al suelo, se arrulló y se achicó con el llanto, recogió su cuerpo en un suspiro de madre olvidada. Ya no vendió frutas la Frutera.
Pero al pueblo ha llegado un forastero, alto y apuesto, buen mozo y buen frutero.

Alba Seoane


viernes, 24 de junio de 2011

ESTAMBUL

Desde mi ventana, me cantan en lo alto las gaviotas blancas. Estambul se muestra, coqueta y cercana, mientras yo descanso en su regazo, me entrego y la amo.
Su gente se alboroza sonriendo al destino en las aceras, se llama a gritos desde el balcón soleado.
A lo lejos, la media luna me saluda orgullosa ondeando al viento.
¡Ay Estambul!, madre de mil vientres es tu tierra y tu vida, tu gente y tu historia.
Oriente y Occidente se estrechan la mano en ese mismo océano que las separa, donde nosotros, hijos de este tu mar, compartimos un mismo destino sin fronteras.
Quiero unirme a la gaviota, desplegar mis alas para acariciar tu viento; quiero besarte desde el cielo y recorrerte en mi vuelo sin tiempo.

Alba Seoane

sábado, 4 de junio de 2011

UN LUGAR
Al preguntarme acerca de mi lugar ideal comencé a soñar con un bosque espeso y selvático. En él se concentrarían las especies animales y vegetales más variadas, adaptadas a un clima cálido y fresco de lluvias suaves e intermitentes.
Su naturaleza es tan rica y tan sabia que el ser humano no necesita hablar para evolucionar o subsistir: un simple sentir basta para que ella se ofrezca maternal y generosa.
Hombre y mujer no existen como tal, existe solo la especie humana, porque la división de género dejó de ser necesaria a causa de la unión y consiguiente asimilación de los sexos.
El ser humano es un bípedo bisexuado con dos corazones y un solo hemisferio cerebral.
El Amor es el dios que rige su universo, y como tal es eternamente venerado por todos los seres vivos, e incluso por aquellos inertes que, como el agua, le dedican dulces melodías al pasar.
Todo se hace por el Amor y la felicidad que éste conlleva, porque dicha felicidad genera en los seres el alimento, que siempre es abundante.
Aquí, en mi lugar, el Amor no es excluyente. Un día, alguien dijo que solo se podía amar al de su propia especie; sin embargo, cuando estas mismas especies dejaron de amarse, surgió el pleno Amor en la tierra, que se inflamó de vida.
Y ahora, el ciprés ama al caballo, el pájaro ama al viento; el ser humano ama al tigre, al leopardo, al ser humano… Y así indefinidamente.
El alimento lo proporciona cada uno de estos seres a partir de sí mismo, porque siempre hay una parte que no necesitan y pueden regenerar convirtiéndola en otra cosa.
El espacio no es jerárquico: ninguna especie predomina.
La muerte en sí no existe, existe el paso y la transformación; de modo que todo es nacimiento y vida.
La gravedad es solo una opción: los seres pueden elegirla o no, al igual que pueden observar lo que acontece más allá del cielo, porque no hay límites ni horizontes en la mirada, y por ello su comunión con el universo es absoluta y cósmica.
En ese nuevo mundo, yo sería un ser humano más, con dos sexos y dos corazones, levitaría desnudo acariciando cada hoja, cada piedra… En especial, amaría al árbol y al caballo, por ser seres de tierra y yo de agua. Aunque también amaría al pájaro, al viento, al sol y a la luna, con quienes me fundiría cada día en una cópula mágica y silenciosa.
Mi casa sería el árbol, que me cobijaría entre sus raíces en las noches de lluvia.

Alba Seoane

REFLEXIONES SOBRE EL DESIERTO

Leyendo sobre el desierto y sus misterios, recordé mi propia experiencia en aquel espacio tan vivo e inerte.
Había escrito dos monólogos sobre el desierto, y sin embargo, ahora puedo comprobar que me dejé demasiadas cosas en el tintero, o mejor dicho, en la vivencia no reflexionada.
Creo recordar que entonces hablé sobre la contrariedad de la ley del desierto, sobre su todo y su nada, tan distintos en apariencia y armónicos en conjunto. Sin duda, esta sinceridad me conmueve.
El orden natural de las cosas me instruye acerca de mi propia ignorancia sobre el sufrimiento y la vida, que como tal apenas es vida. Porque, en el ciclo solar de las arenas, sentí que, en realidad, mi dolor nunca había existido, tan solo fue pensado, y la revelación me sobrevino con alegría.
El paso firme de los nómadas y su mirada serena interrogan todos mis miedos. Sin hablar, te muestran el camino, y no puedes sino seguirles, en silencio y con la mirada expandida sobre su horizonte infinito.
Porque su camino es infranqueable, en él no caben fronteras de tanta amplitud; y este albedrío, no puede sino encoger y asustar a alguien como yo: hija de urbe y murallas tiránicas.
Descubrirse ante un mundo real y hasta ahora incógnito no es fácil, como tampoco es fácil reconocerlo. Te sientes desnuda de todas tus verdades, que ahora se diluyen en la arena; sientes que Verdad solo hay una, y tú has estado tan lejos… Te preguntas si no será demasiado tarde para despertar del mal sueño, para volver atrás y rebautizarte como ser humano; si quizá ya estarás destinada a seguir existiendo a partir de ese artificio que siempre fue tu vida.
Y es que incluso el tiempo del desierto es otro, eso también me lo enseñaron sus silencios: son los ciclos de sol y de luna, la fluidez imprecisa y cambiante de la arena en el viento; porque descubrí que vientos hay muchos, tan solo es preciso entenderlos.
Los nómadas nacen con un mapa trazado de arena sin confines, tan antiguo como la propia tierra.
Ahora quiero hablar de la noche…
La noche en el desierto es mágica y eterna, cada noche es única e igual a todas.
Algunas son coléricas e impetuosas: el nómada se resguarda en la tienda, respeta el enfado del viento, espera paciente…
Otras son suaves y gentiles, y es cuando todos se atreven a soñar bajo su cielo estrellado; porque la arena fluye como una caricia de seda, los planetas pasean alegres y silenciosos, de la mano, arrullados por el solemne canto de la luna, llena y grávida de mil estrellas.
No puede haber sueño más profundo.
No puede haber plenitud más deleitable.
Quiero conservar la mirada de aquel encuentro, el mismo resollar ingrávido.
Quiero volver a perderme y encontrarme en el fondo de mi única Verdad.

Alba Seoane