Publicaciones:
El Mar de Venus. Editorial Hijos del Hule. Barcelona (2010).
Ferro, el Muñeco de Hojalata que Quería ser un Niño con Corazón. Ediciones Gentle Noise. Barcelona (2011).
La Habitación de los Pájaros. Premio Relatos Románticos (2012). Publicación en antología Ese Amor que Nos Lleva, Ediciones Rubeo. Barcelona.
Microrrelato. (Antología). Epidermis. Barcelona (2012).
De tu boca, el despertar (poemario). Ediciones Carena (2013, Barcelona).
Todas las primaveras son pecado (poemario). Ediciones Carena (2016, Barcelona)


martes, 18 de octubre de 2011

Exilio forzado
Como traductora y escritora vocacional me había acostumbrado a mi irremediable situación de mileurista, e incluso me sentía agradecida por poder al menos pagarme el alquiler.
Vivía en Barcelona, en una minúscula habitación sin luz, pero cada día me animaba pensando que el día siguiente sería mejor, que quizá conseguiría publicar más, traducir más…
Sin embargo, cuando llegó la crisis, sucedió todo lo contrario, cada vez perdía más clientes, las empresas con las que trabajaba cerraban, y la editorial que acababa de publicarme uno de mis cuentos infantiles me decía que no tenía dinero para publicarme nada más.
Se cerraban todas las puertas.
Los días pasaban, sola en mi pequeña habitación hacía las cuentas para averiguar cómo podría pasar los próximos meses. Me sentía asfixiada, vacía de sentido…
De nuevo, empecé a pensar en marcharme, quizá en otro país podría llegar a ser lo que no había conseguido ser en el mío.
Pero acababa de llegar de Brasil, donde había estado perfeccionando mi portugués y haciendo pequeños trabajos, y no sabía si quizá era demasiado pronto para volver a marcharme.
Aun así, siempre me había costado esperar de brazos cruzados, tenía que hacer algo para que no me faltara el aliento al respirar, necesitaba volver a sentir que estaba viva.
Como tampoco estaba casada ni tenía niños a mi cargo (muy a mi pesar), no me costó demasiado tomar la decisión y lanzarme al vacío que significaba empezar de cero en un nuevo país desconocido.
Elegí Estambul, Turquía, porque al fin y al cabo ya había estado allí en dos ocasiones y no era tan desconocido para mí.
Además, la gente turca me enamoró desde el primer instante en que llegué al país, me asombraron con su amabilidad y la ayuda incondicional que siempre te brindaban, vinieras de donde vinieras.
La segunda vez que fui, lo hice de la mano de mi gran amigo G. que me acogió en casa de su familia, y tuve la fortuna de vivir una semana con una familia kurda y aleví donde fui tratada como una más.
En realidad, fueron ellos y el recuerdo de todo aquel cariño lo que me ayudó a decidirme.
Cuando descubrí la enorme demanda de profesores de idiomas que había en Estambul, no me lo pensé dos veces y compré mi billete.
Y ahora que llevo cinco meses viviendo aquí, tengo que admitir que aunque sigo soñando con volver a mi país, formar familia y tener por fin una cierta estabilidad en mi vida, hasta ahora aquí no me ha faltado el trabajo, tampoco la ayuda ni el aliento, y no podría estar más agradecida a la gente que se ha ido cruzando en mi camino.
He logrado aprender algo de turco, un idioma que al no ser de origen indoeuropeo nos resulta especialmente difícil a los extranjeros que, como yo, intentamos aprenderlo.
También he descubierto que somos varios los españoles que vivimos aquí, cada uno por diferentes motivos, pero todos con un mismo sueño: encontrar algo mejor.
Podría hablar de B., un asturiano de mi edad que lo ha arriesgado todo para montar aquí su propia empresa, pidiendo un crédito en España y haciendo todos los trámites necesarios en Turquía, con todos los quebraderos de cabeza que eso conlleva.
F. que tiene 28 años, es de Madrid, trabaja en la Cámara de Comercio y vive solo en un pequeño estudio. Aunque se siente satisfecho con su trabajo, desea, como la mayoría, volver a España, pero tiene miedo de no encontrar trabajo, y por eso se plantea la posibilidad de aceptar la condición de expatriado.
También he conocido a un par de chicas de mi edad con una situación personal muy parecida a la mía… Llegar a los treinta sin familia y con un futuro incierto puede resultar tan amargo que desees escapar.
Creo que mañana iré a la gitana del bar de la esquina para me lea el futuro en los posos del café, al menos me consolará pensar que, aunque incierto, el futuro existe.

Alba Seoane