Publicaciones:
El Mar de Venus. Editorial Hijos del Hule. Barcelona (2010).
Ferro, el Muñeco de Hojalata que Quería ser un Niño con Corazón. Ediciones Gentle Noise. Barcelona (2011).
La Habitación de los Pájaros. Premio Relatos Románticos (2012). Publicación en antología Ese Amor que Nos Lleva, Ediciones Rubeo. Barcelona.
Microrrelato. (Antología). Epidermis. Barcelona (2012).
De tu boca, el despertar (poemario). Ediciones Carena (2013, Barcelona).
Todas las primaveras son pecado (poemario). Ediciones Carena (2016, Barcelona)


martes, 29 de marzo de 2011


DIARIO DE UNA SEMANA

Miércoles-jueves
Como cada miércoles, salgo de la clase de escritura más tarde de lo habitual. A decir verdad, ni siquiera recordaba a qué hora salíamos. Qué le voy a hacer, cuando algo me apasiona pierdo la noción del tiempo.
Sin contar que nunca llevo reloj en mi muñeca y que mi noción del tiempo es tremendamente subjetiva.
Pero, sí, se lo prometo, señor Papel, intentaré pisar tierra firme de vez en cuando… La verdad es que aún no sé muy bien cómo abordar este diario, pero me gustaría que no se convirtiera en un monólogo interior. Sin embargo, querido señor Papel ¿qué puede ser sino un monólogo?
Aquí la única que habla soy yo ¿no?
Tampoco me interesa relatar la cotidianeidad, y menos la mía, la de sobra conocida; o al menos, podría mencionarla decorada, sazonada de sal y pimienta literarias: un poquito de fantasía por aquí, otro poco de ironía por allá…
Quiero hacer de mi cotidianeidad un arte y una poesía.
Viernes
A las nueve de la mañana suena el teléfono, dejo el café recién servido, respondo: al otro lado suena la voz ronca de mi jefe.
Acepté el servicio, se trataba de una interpretación en Dgaya, el centro de servicios sociales de Barcelona. Recordé que ya había interpretado allí años atrás, en varias ocasiones, y que incluso, cuando me quedé sin trabajo, llegué a enviarles mi currículo, obteniendo un “no, pero gracias” como respuesta.
Cuando llegué me encontré con un muchacho africano más alto que yo y una abogada que me decía que era a él a quien tenía que interpretar. El gran muchacho de piel oscura y aire abatido era de Gana y hablaba inglés, se llamaba Mohamed y decía tener 17 años. De hecho, su edad era el motivo de mi presencia allí, porque aunque en su pasaporte pusiera que Mohamed tenía 17 años y estaba a punto de cumplir 18, un médico y unas pruebas óseas afirmaban lo contrario; y como consecuencia, el pobre Mohamed, que hasta ahora había sido siempre bien acogido en diferentes albergues para menores, no contaría más con el amparo de la ley.
Porque Mohamed, a pesar de lo que decía su pasaporte, ya no era menor: había cumplido la mayoría de edad en cuestión de días.
Como siempre he querido trabajar con inmigrantes, y quería saber más sobre el funcionamiento de los llamados “servicios sociales”, me ofrecí, después de la interpretación, para acompañar a la educadora social y al muchacho a un centro asociado de la Cruz Roja.
Allí informarían mejor a Mohamed sobre su situación actual y le darían cita para comentar su caso con una trabajadora social.
Cuando llegamos, las empleadas del centro nos informaron de que la Cruz Roja no podía acoger a más gente, y que ellas no podían hacer nada al respecto. Pero le dieron un montón de papeles con direcciones para “aligerar” la indigencia: comida y cama gratis. Además de concederle una cita con la trabajadora social para dentro de dos semanas; es decir, para cuando Mohamed ya se hubiera iniciado en la indigencia, y hubiera perdido todos los papeles, todas las direcciones…
Atónita, observo la situación, el escenario dantesco de algo que no consigo entender: la educadora social con cara de quien ya sabe y se resigna, las dos empleadas felices por estar dando todos esos papeles y esa ayuda al “pobre inmigrante”… Y todos muy contentos por estar representando el papel asignado, por estar jugando al juego de quien finge pero no ayuda… Por un momento, me remonto a mi más tierna infancia, cuando alguna amiga me decía: “Alba, imagina que…” Pues eso, servicios sociales, vamos a imaginar que estamos ayudando a un muchacho que en realidad va a acabar durmiendo en la calle… ¿Podéis? Yo no puedo. Y como no puedo, quise ayudar de verdad, quise evitar que aquel muchacho acabara durmiendo en la calle, perdiendo la cordura como muchos o drogado como tantos otros.
Los lugares donde se podía dormir gratis estaban muy lejos entre sí, y las empleadas decían que probablemente no habría lugar para él. Entonces, les pedí que al menos llamaran y preguntaran si había sitio para que el muchacho no se recorriera toda Barcelona en vano. Pero no, la respuesta fue que “no les estaba permitido”, mientras la educadora social asentía con la cabeza mirando a Mohamed con aire lastimero.
Éste miraba al suelo y casi no respondía a nuestras preguntas, las empleadas me decían que “a lo mejor no estaba interesado, eso es todo”.
Al final, cuando le dieron el mapa-regalo de Barcelona y la educadora social se marchó con un “lo siento” y “cuenta con nosotros” forzados, Mohamed me confesó que estaba así porque en ese momento la vida para él ya no tenía ningún sentido.
Nos sentamos en un banco, cogí mi móvil y empecé a llamar a todos los números hasta que encontré un lugar donde podría dormir durante quince días. No me lo podía creer, Mohamed, saltó de alegría y me abrazó emocionado. Entonces, vino una de las empleadas y me dijo en voz baja, como en secreto: “Mira, no quiero desanimarte, veo muy bonito lo que estás haciendo por el chaval, pero en el pasaporte de este chico pone que es menor de edad y estos centros no admiten menores, él solo es mayor de edad para el centro Dgaya”.
Miré a la chica, incrédula y boquiabierta por un instante, pero enseguida le dije: “¿ah, sí? Pues, mira, creo que lo más fácil es llamar y preguntar”. Ahora que había encontrado un lugar para Mohamed no me iba a rendir así como así.
Curiosamente, llamé al albergue y el encargado me dijo que eso no era cierto, que de hecho acogían a muchos chicos como Mohamed, en su misma situación.
No había tiempo que perder, Mohamed cogió su mochila y corrimos hacia la parada de autobús. Durante el camino, el muchacho no paraba de darme las gracias, me contó muchas cosas sobre su familia en África: había perdido a sus padres y sólo le quedaban sus hermanos menores, su sueño era poder encontrar un trabajo en España para pagar los estudios de sus hermanos.
Llegamos a la parada, le expliqué cuál sería su autobús y le di mi número de teléfono, al abrazarle y desearle suerte me di cuenta de que todos nos miraban extrañados.
Entonces fui más testigo y consciente que nunca de nuestra ignorancia, y digo nuestra porque por supuesto la hago también mía. Yo también he estado inmersa en una lucha diaria con la rutina alienante, yo también he olvidado respirar hondo y mirar a mi alrededor, incluso más allá: atreverme a mirar a través de lo que se ve para ver lo que no se está viendo.
Pero supongo que el haber tenido que viajar tantas veces en busca de algo mejor: un trabajo mejor, un lugar mejor… Me ha convertido en una espectadora de mi propia historia y mi propia realidad. He acabado escogiendo lo mejor de cada lugar e intentando aprender de lo peor. Con el tiempo he ido descubriendo que “el lugar lo haces tú”, y que sí, muchas veces se trata de un lucha continua contra el tedio e incluso la frustración. Pero, ese es nuestro precio, el precio de vivir en una sociedad acomodada y sustentada por el capital, donde unos pagan lo que otros gastan sin importarle a nadie. Hasta el día en que… el que paga eres tú.
Y lo más triste es que aquellos que miraban al muchacho africano desde arriba y a mí con estupor desde abajo, en realidad no veían nada, solo miraban y se murmuraban por dentro: “Eso no me pasará a mí, no, no soy yo, no soy yo el que paga”. Cuando, sin embargo, lo están viendo y lo están siendo sin saberlo, por una simple cuestión de perspectiva.
Porque todos somos uno, y el sufrimiento que causamos a ese otro ya nos está afectando, de otras maneras… Más sigilosas, menos sinceras.

Sábado
Hoy era el día del Tantra Yoga Blanco, Leonardo me había pedido que fuera su acompañante y a pesar de los 130 euros acepté la invitación. Se trataba de un festival bastante peculiar y me apetecía vivir esa experiencia. Llevo unas semanas practicando Kundalini Yoga, y aunque al principio me sentía con poco ánimo, quizá por la insistencia de Leonardo, con el paso de los días fui descubriendo una serie de cambios sorprendentes en mi cuerpo y mi energía, que se redobló.
El resultado fue que acabé asistiendo a las clases matinales con bastante regularidad y entusiasmo.
Para el Tantra había que elegir un compañero/a y practicar una serie de ejercicios de meditación destinados a purificar el cuerpo y la mente, liberándolos de tensiones, vicios, enfermedades etc.
Sé que suena a misticismo barato y eso fue lo que pensé al inicio, pero es cierto que acabé sintiendo emociones extraordinarias y acabé de nuevo atónita.
 ¿Cuál es la línea que separa la charlatanería de la verdad? Debe ser una línea muy delgada, casi imperceptible…
Volviendo al Tantra… Los ejercicios podían durar entre 15 y 60 minutos, siempre acompañados por melódicos mantras hindús para facilitar el estado meditativo.
En la India, se usan diferentes métodos para meditar, uno de ellos es la repetición de una serie de movimientos durante minutos e incluso horas.
Durante los primeros ejercicios, tenía serias dificultades para concentrarme: me daba la risa, miraba para todos los lados cuando no había que desviar la mirada del compañero, movía las piernas discretamente para evitar que se me durmieran… Sin embargo, poco a poco fui aguantando más en la misma postura y aquietando los pensamientos. Realmente, puedo decir que la sensación es indescriptible.
Además, la complicidad que se establece con el compañero/a es tal que olvidas que estás mirando fijamente a los ojos de otra persona, que llevas una hora agarrado/a a él/ella sin moverte… Porque llega un momento en que esa persona y tú sois una misma cosa, una “cosa” firme, férrea e inamovible en el suelo.
A veces, a todos nos daba la risa, de tanto silencio por dentro, otras nos sorprendía un llanto profundo y desgarrado, llegando de algún lugar lejano, casi olvidado… Y es que, según entendí entonces, ese era el objetivo: soltar, liberar, expulsar… Resolver lo inconcluso, lo que se arrastra…
Cuando tuvimos que mantener la postura entrelazando las manos alrededor del cuello del otro durante una hora, los ojos cerrados y las piernas cruzadas, de repente, me sobresaltó una idea, un recuerdo: pocos días antes de cumplir cuatro años, al escuchar que mi padre había muerto, y no querer entenderlo, sentí una gran angustia por no haberme despedido, una punzada en el estómago. Él ya no volvería a casa del trabajo, no dejaría nunca más su uniforme blanco, su gorra ni sus insignias sobre la mesa, y yo ni siquiera había podido decirle “adiós”, darle ese último abrazo, entendiendo juntos que sería el último.
Cargué el cuerpo sin vida de mi padre durante muchos años, a mis espaldas, no lo dejé marchar y lo mantuve con vida en la ilusión inconsciente de su regreso.
Su pérdida iba siempre conmigo, allá donde yo fuera, y el lastre de su ausencia desdibujó mi camino.
Sin embargo, ahora lo encontraba de nuevo, dentro de mí, en el silencio y el dolor. No pude contener las lágrimas, rompí a llorar como una niña, y por eso al escuchar aquel llanto desconsolado pensé que era el mío… Pero no, alguien más lloraba, con el eco de su propia historia.
Nunca olvidaré aquel llanto, que era el mío contenido, las piernas dobladas resistiendo un dolor que al fin y al cabo venía de las entrañas, el compañero que te limpia las lágrimas y te sostiene las fuerzas…

Domingo
Me he levantado muy tarde, sin fuerzas, el cuerpo todo dolorido… Mis sueños han sido más agitados que de costumbre; de hecho, he soñado que llegaba un tsunami a Barcelona y me he despertado toda escandalizada con mi osadía profetizadora…
Sin contar que desde ayer no he parado de… En fin, cómo decirlo, señor Papel, sin que suene demasiado vulgar… Cagar, y punto.
Y yo que me tomaba a broma lo de la “purificación del cuerpo” del día anterior…
En fin, parece que va a ser un típico y tópico día de domingo: pesadez en los miembros, ganas de arrastrar los pies por la casa y simplemente “no hacer”.
Y más hoy, con la confusión de lo vivido el día anterior y un montón de cosas en qué pensar: pensar, pensar, pensar… “Alba, piensas demasiado. Piensa menos, ¡actúa!”.
Vaya, tengo que ir al baño de nuevo.

Lunes
Voy un poco retrasada en mi diario, señor Papel, sé que se molesta cuando no le escribo, pero es que la vida me traga el tiempo.
Acabo de escribir lo que hice el domingo y ahora, a las 23:15 de la noche tengo que contarle lo que hice el lunes, es decir hoy ¿no? Sí, sí, hoy. ¡Uf! por un momento parecía de nuevo domingo.
Pues hoy he pensado en cómo iba a escribir dos días el mismo día, he buscado trabajo: sin éxito, he chateado por Internet con mis amigos de Estambul. ¡Ah! ¡Es verdad! Y me he comprado un billete para ir a Estambul, me voy el próximo sábado. Necesito animarme un poco, y creo que una semana en la siempre viva Estambul podría ayudar…
¿Me he precipitado? Bueno, si es así me da igual. Quizá después de ese viaje tenga mejores cosas para contarle.
Ahora acabo con mi cotidianeidad, aquella que dije que no relataría, sí. Y me voy a soñar un rato, espero que esta vez no sea con tsunamis ni nada parecido… Ya tuvimos bastante con Japón.


Martes
No, no he soñado con tsunamis, pero eso no me consuela ni alegra el día, que ya ha empezado mal: me han llamado para interpretar, pero mi teléfono estaba apagado. Anoche estuve escribiendo hasta muy tarde y esta mañana he dormido más de la cuenta.
El resto del día lo he pasado traduciendo y revisando emails. Mi mayor alegría ha sido la deliciosa tortilla de patatas que he sabido prepararme con esmero para el almuerzo. Aunque ahora ya tengo hambre otra vez.
La solitaria vida del que escribe: traductor, escritor… Y sí, es solitaria, pero no por eso prefiero trabajar en una triste oficina de lunes a viernes, 8 horas al día, haciendo algo que ni siquiera entiendo, sin saber para qué o para quién, bueno, sí, para quién sí: para aquel que se sienta en su trono y responde: “Cállese y continúe, señorita, recuerde que no está siendo productiva”. Producir, producir, generar, generar, un día, otro… ¿Y quién soy yo entre tanta eficacia sino una pieza más del rompecabezas?
Porque lo automático sólo puede disgustar. Lo automático es para los autómatas, sin carne ni hueso. Sin sueños, ni emociones, ni creatividad… Sin existencia.
Espero que un día el trabajo esclavizado, es decir capitalizado, desaparezca y quede obsoleto.
Entonces, quizá, la vida del que escribe no sea tan solitaria.
Mientras tanto, seguiré soñando con tsunamis y escribiendo lo que a nadie interesa.



Miércoles
Hoy solo tengo una poesía, escrita en el metro, de camino a alguna parte…
MATERIA
Necesito mi fusión con la materia.
Materia en el espacio contenida.
Materia que no llora ni siente.
Masa incorpórea, desmembrada y silente.
Su color es difuso y neutro, como el agua…
Y sin embargo, sólido, preciso…
Ansío su inexistencia, indolora y tácita,
en la presencia de lo humano,
que se deshumaniza.

Alba Seoane

FIN DEL DIARIO.
Tranquilo, señor Papel, no va por usted, no es una despedida.

sábado, 12 de marzo de 2011

LA ESPERA
Cuando aquella tarde de abril entraste por la puerta del bar, altanera y con paso firme, no pude evitar dejar enfriar el café para detenerte en mi mirada: mujer de ojos oscuros y aire inquieto, como de quien busca pero no encuentra, cuerpo liviano pero de generosas curvas, caderas que acogen y engendran.
Aparentemente retraída, con quizá un secreto o una pena sin consuelo entre las manos cruzadas, un misterio en cualquier caso. Mujer de sonrisa discreta en la boca pero risa explosiva en la garganta.
Te despediste de aquél que te acompañaba y que no parecía ser algo más que un amigo. Tomaste asiento frente a la barra, de espaldas a mi descaro y mi café frío.
Tamborileabas nerviosa, esperabas tu café que no llegaba y mirabas a tu alrededor buscando el contacto, perdida…
El camarero te sirvió el café con una disculpa en el gesto por la tardanza, le sonreíste mirando al suelo y enredando un dedo en el cabello rizado.
Pude adivinar tu perfil: una mirada de soslayo, un lunar oculto cerca del labio, insinuante… Una timidez desnuda y resuelta…
Ahora, veinte años más tarde, he sabido entender tu paso firme, paso que busca la tierra, sólida… la mirada etérea, el gesto distraído: un afán por la vida, un gran temor de la muerte, miedo a los finales, aunque sean felices… Los ojos que buscan lo que nunca acaba, en el infinito inherente de aquello que nunca existe porque no permanece.
Esa eras tú, la niña-mujer que no se conforma ni doblega, que quiere siempre saber más, vivir más, amar más, más, más…
¿Y yo? ¿Qué hay de mí en toda esta historia? Ahora pienso que he sido un mero espectador, aquél que siempre te ha seguido, a ti, desnuda y de espaldas, frente a la barra de un bar.
Porque a mí tú te me aparecías desnuda, sí, desnuda y melancólica, ausente…
Y no obstante supe aferrarme a esa distancia, tan tuya y mía porque así lo quise. Envidié tu transparencia, tus alas, tu estar y no estar: ser sin serlo… Los quise míos aun sabiendo que yo… Yo voy a ras del suelo, y lo toco, y lo siento…
Y esa fue nuestra historia, mi historia de Amor: un deseo, algo que de repente muda y desaparece, vapor, aire… Una espera, un anhelo, un eterno “ven”, sin respuesta…
Te tuve porque nos encontramos, nos besamos y un día me dijiste que “eras mía”. Y sin embargo, después de veinte años y desde este mármol frío con una foto tuya que no responde ni contesta, veo lo que siempre fui y no supe ser: un hombre, solo, sentado, en la mesa de un bar, el café frío, las manos vacías sobre la mesa. Un hombre que espera, espera lo imposible, lo inexplicable: que tus ojos distraídos no me miren sin verme, que tus alas no sean de pluma sino de papel. Que mi amor no haya sido y siga siendo, al fin y al cabo, una eterna espera en un bar.

Alba Seoane


lunes, 7 de marzo de 2011

Ah, Istambul!

LA VENTANA DE ELKA

El condón en el suelo como una rosa marchita, el olor a sexo impregna la habitación de Elka, y sus ojos, mientras tanto, se inundan de lágrimas bajo las sábanas.
De nuevo en aquella cama, en aquella habitación vacía sin ventanas desde donde Elka puede adivinar tan sólo su propio cuerpo, tan insignificante, abatido y desnudo.
De nuevo aceptando su derrota.
Elka se gira en un esfuerzo contenido por fingir lo que ya no existe, abraza a Hans dejando escapar un suspiro ahogado en su oído y enlaza sus piernas a las de él buscando lo que un día encontró. Sin embargo, una vez más, Hans permanece impasible, de espaldas a sus intentos y su frustración.
Elka mira a su alrededor: la estantería donde una mañana fría y lluviosa de otoño colocaron sus libros preferidos, mezclando los de ella y los de él en un intento más de acercamiento, en vano…La misma estantería en la que ahora sólo hay un par de libros de Hans, cubiertos de polvo y casi invisibles entre tanta oscuridad. La angosta ventana tapiada con tablones de madera, que Hans decidió colocar el día en que ella se marchó dando un portazo. -¡Nunca más!-dijo en aquel entonces Elka. Y sin embargo allí está de nuevo ella, maltrecha y desesperanzada, en aquel espacio vacío de sus vidas, un punto muerto donde el pasado se halla congelado y el futuro parece no existir.
Ahora la escasa luz de Hamburgo ya no entra en su habitación, el polvo y la indolencia de aquel espacio inerte guían sus vidas como único destino, y Elka se abraza a Hans sin fuerzas, con el hastío de la inercia en su boca.
Entonces, Elka prefiere dejarse transportar, cierra los ojos y desaparece en el infinito de su mundo fantástico. El olor a jazmín e incienso despierta todos sus sentidos, abre los ojos y ve su cuerpo desnudo sobre esa misma cama y en esa misma habitación. Pero ahora la luz lo inunda todo, su cuerpo está empapado en sudor y dorado por los rayos del sol de Turquía. Un viejo ventilador chirría girando incesante, las cortinas se mecen al ritmo de la brisa marina de Estambul, y Elka se remueve entre las sábanas buscando a ciegas, con sus manos, a Amir.
Se estrechan el uno contra el otro en un interminable abrazo, que sólo se interrumpe cuando Amir agarra su cuello con las manos para llenar de besos su rostro.
Amir le muestra Estambul desde el cielo: El Bósforo, el Puente Gálata, las majestuosas mezquitas tan llenas de historia…Todo parece menos grandioso desde lo alto, y Elka se agarra fuerte a su espalda por miedo a caer y despertar, por miedo sobre todo a separarse de él, -¡Amir!- suspira Elka.- Aquel con el que tanto había soñado, su rumbo, su destino, la mejor de sus historias.
Elka siente los latidos de su corazón por todo el cuerpo: en sus sienes, sus piernas, su alma… Su tiempo y espacio se concentran en ese único instante; y por un momento Elka olvida incluso que debe regresar, que deberá abandonar ese espacio y ese tiempo, ese rincón de su alma que sólo ella conoce y donde se esconde cuando simplemente quiere “no estar”.

Pero, esta vez, Elka nunca regresó. La encontraron una fría mañana de otoño, inerte sobre el suelo de su habitación en Hamburgo. Nadie supo explicar muy bien qué le sucedía, ni siquiera parecía realmente muerta: los ojos entreabiertos y una mueca a modo de sonrisa en su rostro. Sin embargo, todos coincidían, incluido Hans, en que fue ella la que, horas antes, había arrancado los tablones de la ventana y escrito en la pared con letras color carmesí:
“…Y todo por culpa de Estambul”.
Alba Seoane