Publicaciones:
El Mar de Venus. Editorial Hijos del Hule. Barcelona (2010).
Ferro, el Muñeco de Hojalata que Quería ser un Niño con Corazón. Ediciones Gentle Noise. Barcelona (2011).
La Habitación de los Pájaros. Premio Relatos Románticos (2012). Publicación en antología Ese Amor que Nos Lleva, Ediciones Rubeo. Barcelona.
Microrrelato. (Antología). Epidermis. Barcelona (2012).
De tu boca, el despertar (poemario). Ediciones Carena (2013, Barcelona).
Todas las primaveras son pecado (poemario). Ediciones Carena (2016, Barcelona)


viernes, 19 de octubre de 2012



DEBE DE HABER MÁS

Debe de haber más,
tiene que haber más luz y primavera en el Sol,
más bruma y misterio en la noche.
Más, más… más de lo que desconozco.
Vivimos como caídos del cielo,
en una interminable lucha con el tiempo,
y ahí no hay más, y ahí no hay menos,
hay solo pasos en el viento.
Hay prisa sin descanso,
hay angustia de ser sin sentirse.
Hay exilio, del alma…
Hay amargo recuerdo.
Debe de haber más en tus ojos, en tu pecho…
Tiene que ser más libre el pájaro
y salvaje el sentimiento.
Más verdad, más conocimiento,
menos manos estrangulando el intelecto.
Somos aire, somos selva, tierra, árbol,
somos lo eterno…
Porque no puede ser este hermoso mediodía
un minuto más,
tan solo un momento.

martes, 7 de agosto de 2012

SUEÑO DE VIDA


Me adentro en las colinas escarpadas, con olor a pino y eucalipto; son rocosos acantilados llenos de vértigo. En un instante, pierdo el equilibrio y mi fatalidad me empuja hacia el vacío.
Vacío… el vacío me absorbe igual que el fondo de un abismo. Un inquietante escalofrío de placer me recorre el cuerpo: el placer de saberse viva o quizá incluso muerta en secreto.
Por un momento pierdo la noción de vida, me pregunto si no estaré viviendo mi propia historia, una historia soñada y elegida por mí, con sus personajes, nudos y desenlaces. Todo es ficción en mi memoria.
¿Cómo puedo cerciorarme de que no sueño? Ahora que lo pienso, nunca me ocurrió algo que no pensara o al menos imaginara, un suceso cualquiera que transgrediera el pensamiento y perteneciera al más allá del yo pensado.
Entonces, dime, ¿cómo puedo estar segura de que no sueño? ¿Y si todo procede del deseo? Hay que tener cuidado con lo que uno desea, no sea que vaya a cumplirse.
El deseo me asusta porque solo recientemente comencé a desear con el corazón, con mi propio deseo y no con el colectivo. Y por eso, ahora que lo reconozco a él y a mi propia responsabilidad de autonomía: Libertad, estoy fascinada de miedo, y me pregunto si lo que una vez llamaron vida es apenas un deseo imaginado, si la muerte tampoco existe y mi imaginario es lo único que me queda.
Siento la inconsistencia del tiempo y la realidad, lo insensato del sufrimiento, la fugacidad de la alegría que ahora se manifiesta ante mí suspendida en el aire, impalpable.
¡Qué triste será descubrir, cuando se nos acaben los sueños y nos sorprenda la inexplicable muerte, que nuestro pesar fue en vano y nuestras conquistas irrealizables!
¡Qué hermosa la espontaneidad del desapego!


Alba Seoane

SE LLAMABA VIENTO
Se llamaba Viento, tenía los ojos redondos y asombrados,
de un azul misterio,
la boca escasa y tímida.
Su frente era una llanura desértica y honrada,
fruncida de mil intrincados caminos.
Recuerdo su olor porque Viento olía a lluvia de verano,
a pinos, miel y madera…
Él tenía varios olores, pero todos imborrables.
Nunca sonreía, apenas extendía los labios
en una mueca de forzada alegría.
Su silencio era infinito y espeso como la melaza:
era su mayor presencia y la peor de mis soledades.
Su voz un silbido que penetra directamente desde el corazón,
fálico y primigenio, masculino.
Yo ansiaba la consistencia de su cuerpo,
la permanencia de su olor en mis manos,
Pero Viento solo sabía emerger y observarme desde el cielo,
con su forma sobrehumana y su tristeza ancestral.
Viento era un deseo inalcanzable,
un espejismo desolador de mi verdad.

Alba Seoane

domingo, 22 de julio de 2012


AFRICA

Quiero ser salvada, salvada por África.
África, sálvame, llévame en tu regazo fuerte y desgastado.
Quiero agarrarme a tus anchas caderas,
trepar por tu espalda árida y extensa como tus desiertos.
África es una madre gigantesca,
negra y profunda como la noche,
una noche tibia y sin estrellas, opaca, aterradora…
Porque ella es igual y distinta a todas las madres, y
las acoge a todas en la intensidad oscura de su seno.
África huele a cuero y cenizas, las cenizas de un salvaje imperio
que aún está por nacer.
África se expande como el ocaso meloso de sus atardeceres,
tiene nombre de mujer y de hembra,
de animal malherido que prosigue, a pesar de.
Es un universo trágico y feliz de hombres y brazos,
pechos, curvas, ojos que siempre miran con la misma intensidad,
iluminados.
Es la vida a punto de comenzar.

Alba Seoane

SOY: MAR

Qué incomparable placer el de vivir únicamente al ritmo de las mareas, aguardar la noche desnuda y sin zapatos, vestida de arena: de yo.
Había olvidado lo que siempre fui por miedo a ser, pero ahora que por fin oscurece, ahora que apenas consigo escribir, me siento negra y abismada de silencio: privilegiada.
Me adentro en el mar, me enfrento a sus olas y su gloriosa luna, ahora me siento roca, por mis hendiduras entra la sal que me acaricia y erosiona, porque sí, sin duda, la erosión también forma parte de la forma: existencia.
No puedo sino sumergirme en la oscuridad, ya no me asusta porque ahora sé que es profunda y sincera.
Y pienso: no podría pensar si no fuera desnuda; el mar merece mucho más que un púdico trozo de tela escondiendo el sexo avergonzado.
Arrástrame, quiero dejarme arrastrar, dormir al ritmo de esta infinita canción de cuna marinera.

Pero no, una vez más, desprestigiada y humana, nado contracorriente.

Alba Seoane


PLAYA NUDISTA
Miro  a mi alrededor y solo veo cuerpo: el cuerpo deja de asombrar cuando ya ha sido descubierto, desnudo y sin miedo. Naturalizado.
Para eso algunos requieren de tiempo, y me refiero a esos señores con gorra y mirada lasciva que, clandestinos, otean el horizonte escondidos tras su visera.
Pero, salvo esas excepciones de la inteligencia, las razones del nudismo prevalecen porque son sensatas. Rápido se entiende que lo agresivo es el ojo vestido y no el cuerpo hallado, es entonces, solo entonces cuando se deja de ver.
Todo es la misma carne uniforme, oscura, rosada, tersa, enarenada…
Nunca me había sentido tan parte de un todo.
¡Te siento tan inocente! ¡Tan limpio sin ropa! ¡Tan, tan… todo! Es como si pudiera descifrarte el alma.
Ahora imagino el traje como un disfraz del yo, ese que convierte al ojo en un triste desvío del corazón.
¿No sería más fácil dejar de mentir y retornar a tu origen?
El cuerpo es único y tiene todas las respuestas porque no fue inventado: está por descubrir.


miércoles, 11 de julio de 2012


Y tú dormías…

Y tú dormías, y yo callaba la boca indecente con una fina telaraña de sirena abandonada.
A la deriva de tu sueño, mis besos no te alcanzan,
se suspenden en el aire, se vaporizan, trémulos…
Soy de tierra, sí, soy de carne, soy de vuelo,
soy mujer de mil bocas y de mil anhelos.
Indecorosa, extiendo las alas, emprendo el vuelo,
te abro los párpados, te arranco del suelo.
Todo en ti es silencio.
Me ciego los ojos, me adentro en tu infierno…
Pero la tormenta me llama y yo ya no tengo miedo;
voy a recibirla desnuda, los brazos abiertos,
sombría e indómita, expuesta, insolente.
Sin secretos.
Como la niña que sueña insomne y ajena al sueño.
Porque soy mujer, porque soy misterio, porque ando,
descalza en los pies y desafiante en los deseos.

Alba Seoane

INTELIGENCIA

Me pregunto qué es eso que llaman Inteligencia y si no seré lo suficientemente inteligente como para no preguntármelo.
Inteligencia es lo que un físico aplica en sus fórmulas y un economista en sus cuentas.
Pero, ¿y la inteligencia que no se consigue, que no se demuestra?
¿Qué hay de ese rumor silencioso y profundo?
¿Ese que del corazón directamente nos llega?
¿No es eso inteligencia?
Porque lo verdadero asusta,
 y es ahí donde yo temo encontrar todas mis respuestas,
También esas que hieren, que rasgan y te recomienzan.
Amedranta el final como lo hacen los principios, en su comienzo.
Lo que aún está por cambiar, irremediablemente, inquieta.
La falta de control de lo incontrolable.
Deseo frustrado e ingenuo de inercia.
Porque ¡es tan fácil simplemente caer y dejarse rodar!
Entonces ¿por qué me levanto y estiro en sentido contrario?
Todo esto no es Inteligencia, es digresión, verborrea,
solo que aún no ha sido acreditado ni reconocido por falta de pruebas.
Habría que hacer de las palabras rocas o piedras,
cimientos de algo que por fin sirviera.
Qué triste es no ser científico y simplemente vivir abstraído de la materia.

Por eso insisto, todo esto No es Inteligencia.

Alba Seoane


DUALIDAD

Esta guarida debe ser como mi propia existencia, una humilde choza con todo y nada, tan, tan cerca…
En ocasiones el todo se evidencia, la puerta se abre y toda la luz, simplemente, entra;
como entran los insectos, el aire y la vida entera.
Otras veces la guarida se hace angosta, disminuye y se cierra,
es entonces cuando las moscas son fieles compañeras,
porque no juzgan, porque no sueñan.
Todo es supervivencia.
Generosa comparto mi espacio, mi aire, mis penas…,
con la ilusión de ser Yo y todo lo que me rodea:
un suave aleteo, un zumbido, una huella.
No estoy sola en este entierro, me acompaña la tierra.
Y por fin, se hace la luz, se abren todas mis puertas.
Salgo, me entrego, me estiro sobre la hierba.
Desnuda e ingrávida recojo todas las flores entre mis piernas.
No tengo miedo, no existo, Soy: Verdadera.


Alba Seoane


CONTEMPLANDO…

Contemplando el vuelo, silente, grácil, infinito en su armonía con el cielo…
Intuyo que no puede existir plenitud más profunda ni sueño más etéreo.
Y me pierdo entre sus alas, a lo lejos, más allá de lo que veo,
en un nada azul y absoluto donde por fin me encuentro.
Y me elevo, y me confundo, y me siento…
En una danza libre con el viento.
Y lo beso y lo recorro y lo quiero, mecido entre mis piernas de pájaro eterno.
No me dejes caer ahora que por fin te tengo,
no me dejes caer ahora que he aprendido a olvidar el cuerpo.

Alba Seoane

domingo, 10 de junio de 2012


SI YO PUDIERA

Si yo pudiera llegar a ti como el viento, descalza y eterna, fiel, duradera.

Si yo pudiera ser y no ser, trascender la existencia, estar sin tocar el suelo, beber de tu esencia.

Si yo pudiera, simplemente, vivir de la tierra, salvaje y desnuda. Libre. Perdurar enraizada a ella y germinar al hacerle el amor, cada noche.

Si yo entendiera que amar no siempre se escribe con mayúsculas y a menudo con letra pequeña.

Si yo supiera que… realidades hay muchas, pero solo escoges una por falta de aire y de vida para poseerlas todas, a manos llenas.

Si yo comprendiera que mi realidad es la del alma, enigmática compañera que pocos sienten y nadie ve, pero que yo palpo, huelo, a veces…, en el vacío intervalo de mis pensamientos, ahí donde puedo ser Yo y verdadera.

Si yo aprendiera, si tan solo yo aprendiera…

a desaprender todo lo aprendido y a no perder mi vida entera.

Alba Seoane

lunes, 4 de junio de 2012

No hay lugar

No hay lugar para la poesía, en este sinfín de explicaciones.
No hay lugar para la inocencia, en estas todas tus razones.
No hay lugar para el llanto, en este olvido de tristeza.
No hay lugar para el encanto, en esta falta de insolencia.
No hay lugar, no hay lugar.
No hay lugar para el que sueña

                     
                                                                        Alba Seoane

Me enamoré de la locura

Me enamoré de la locura, la hice amante, esposa, compañera...
Porque un día descubrí que ella siempre se disfraza, divertida y traviesa.
En el columpio de la vida gusta de balancearse, a veces cercana, otras distante y etérea.
Y sin embargo, está ahí, siempre, fiel a su descrédito y su franqueza.
Porque ella es una y son todas, porque se hace llamar "la eterna otra", porque mirada de cerca el enfoque siempre cambia, se ve borroso en la retina de quien la observa.
Aficionada a la traición e inalcanzable en su abismo de sinrazones, ella solo sabe amar de forma fugitiva y sincera, con un clavel intenso entre los dientes.
Porque es mujer de todos y nunca de uno solo, es dama deshonrada.
Es un secreto real e inconfesable como el miedo.

Alba Seoane

No podía dormir...


No podía dormir. Y me puse a imaginarnos como dos jaguares en plena selva, desnudos, ávidos de instinto.
Al compás del viento corremos frenéticos, mordiéndonos a cada paso, clavándonos las garras afiladas.
No hay dolor ni sangre en ese nuestro encuentro.
Como dos jaguares en plena selva, más expuestos que nunca: ahora te veo, amor, punzante, rocoso, libre, verdadero…
Y me saboreas y me atrapas, envuelta en la tierra.
Y te muerdo y te recorro, enraizada a ti.
No podía dormir. Y clavé tus dedos en mi memoria.

Alba Seoane

sábado, 7 de abril de 2012

Cuerpos fantasmales en la urbe global
«La fluidez se ha convertido en metáfora de una sociedad contemporánea donde, paradójicamente, la única estabilidad descansa en lo efímero, donde las formas sociales cambian antes de que se sedimenten. No obstante, en la urbe global entendida como espacio de flujos cristalizan algunas relaciones sociales – por ejemplo, el vínculo consumidor-mercancía. Esta relación social propicia la creación de una subjetividad corporalizada donde el cuerpo se ha convertido en un fin y no sólo en un medio. El cuerpo es aquí una doble entidad subjetivada (el cuerpo-consumidor) y objetivada (el cuerpo-mercancía), un ente fantasmal que deviene funcional a la sociedad de consumo.»
Angel Martínez Hernáez
El señor Angel Martínez Hernáez es profesor titular de Antropología médica en la Universidad Rovira i Virgili, además de Director de Investigación del área sanitaria del Instituto de la Infancia y Mundo Urbano. Este es sólo un fragmento de una de sus muchas obras.
De hecho, me parece interesante porque trata del mundo en el que vivimos, la “urbe global”, sociedad industrial y de consumo donde se priorizan relaciones de mercancía-consumidor, dejando a un lado valores que un día fundamentaron nuestros estilos de vida. El texto es bastante complejo pero el sentido es muy claro, el autor habla de lo efímero de nuestra “estabilidad”, del exagerado consumo de bienes, información etc. Algo que ha dado lugar a un ritmo frenético de entradas y salidas de mercancías, un ritmo que se ha instalado en nuestras propias vidas, en nuestras propias casas, casi sin darnos cuenta. Algunos lo llaman globalización, otros capitalismo, pero lo cierto es que estos son sólo términos, y solos no pueden albergar una realidad tan extensa, con tantos factores influyentes en un periodo de tiempo tan largo.
Los que ya han visto el famoso documental Zeitgeist sabrán que el director acusa de gran parte de nuestros males a los bancos y a unas pocas presencias invisibles que controlan el sistema financiero mundial, estoy de acuerdo, pero creo que no se trata sólo de esto, se trata de todos y cada uno de nosotros, porque aunque es obvio el poder que hoy tienen sobre nosotros las tecnologías y medios de comunicación, que nos han convertido en seres dependientes e infantilizados, está claro que no somos del todo inocentes. Es el precio de la comodidad. Qué importa si uno no tiene tiempo para sí mismo, para sus amigos, familia etc. para reflexionar, crecer…Lo importante es que llego a casa y me espera mi bañera de hidromasaje, mi televisión plana y encima tengo el microondas que me calienta la lasaña “prefabricada” con sabor a plástico que me compré en el super. Qué importa si como mujer no puedo ser madre y casi tengo que avergonzarme de querer serlo porque se supone que tengo otras prioridades y porque socialmente tengo más obstáculos que ayudas. Lo importante es que el próximo mes podré por fin pagar la hipoteca.
Una de las cosas que más me preocupa es que la autenticidad de los lugares (países, regiones o ciudades) se está esfumando con el tiempo. Parece que nadie se da cuenta de estas cosas, pero en mis viajes por Europa, empezaba a tener la impresión de que no había salido nunca de mi ciudad ¡todas las ciudades me parecían iguales! Era algo así como un sueño macabro…
Poco a poco las ciudades se iban mezclando con la masa homogénea, aquello que no se sabe quién ha decidido que tiene que ser un todo. En todas las ciudades encontraba las mismas tiendas, los mismos restaurantes, y sobre todo, las mismas prisas, las mismas miradas perdidas…Incluso ciudades con tanto carácter y esencia como Berlín o Barcelona ya son irreconocibles. ¡Todo sea por el turismo! Todo sea por las ganancias.
El problema es que el precio a pagar es nuestra propia individualidad, nuestra propia libertad, la nuestra y la de nuestra tierra, nuestras regiones, ciudades etc.
Se supone que todo esto surgió como un intento de acercar a las diferentes culturas, facilitar la comunicación entre los pueblos, pero yo me pregunto ¿acaso para que las culturas dispares se acerquen y puedan convivir en armonía tienen que anularse? ¿Acaso tienen que deshacerse de su identidad? La respuesta es NO, y lo contrario me parecería una “deshumanización de la humanidad”. Ahora decimos que somos personas de mundo porque al lado de casa tenemos una tienda con objetos decorativos de la India o porque podemos viajar a países como África, Sudamérica etc. los llamados países “pobres” (adjetivo más que dudoso en este caso) en hoteles de cinco estrellas por muy poco. Pero, la realidad, es que después no estamos dispuestos a aceptar nuestra responsabilidad en el hecho de que estos países hayan sido relegados al estado de “pobres” durante tanto tiempo, y mucho menos a hacer algo para cambiarlo. En este punto volvemos de nuevo al tema del consumo, para que nosotros sigamos manteniendo este ritmo de vida y consumo frenético (que… ¿nos hace tan felices?) tenemos que hacer vista gorda a que otros carezcan de los medios básicos de supervivencia, y ya ni siquiera hablamos de comodidad, hablamos de supervivencia. Empezamos con la época colonial y seguimos ahora, llegando al punto álgido de esta masacre de conciencias y espíritus. Se dice que en África y Sudamérica hay corrupción, pero ¿quién está detrás de toda esa corrupción? Eso pocas personas se lo preguntan porque sería desagradable tener que empezar a apuntar con el dedo a nuestro alrededor, muy cerca de nosotros... 

lunes, 5 de marzo de 2012

Relato publicado por la editorial española Rubeo. Premio relatos románticos

LA HABITACIÓN DE LOS PÁJAROS

Aquella mañana nevaba en Estambul. Özlem preparaba la comida secándose las lágrimas con el delantal; el almuecín entonaba el ezan del mediodía, con una melodía suave de invierno que acariciaba el aire y hacía recordar la mezquita a lo lejos.
El pan recién hecho, la carne picada, yogur, perejil y un poco de canela. Özlem esquivaba el llanto para no descuidar ningún detalle, como cada día a esa misma hora.
Cuando Erkan llamó a la puerta, la comida ya estaba lista, y Özlem le abría la puerta con una triste mueca a modo de sonrisa.
Comieron en silencio, conteniendo el aire y con él los suspiros. Erkan dejó su plato vacío en el fregadero con desgana arrastrando los pies, y se fue, como cada tarde, a «la habitación de los pájaros».
Erkan se dedicaba a criar y vender pájaros, del mismo modo que lo había hecho su padre, y antes de este su abuelo.
Cuando se casaron, Özlem decidió preparar una habitación, la de invitados, para los pájaros de su marido. Desde entonces, Erkan, cuando no estaba en la tienda, pasaba gran parte de su tiempo en aquella habitación, cuidando de sus pájaros enjaulados.

Özlem, al atardecer, solía desvestirse cada noche frente al espejo. Sola y nostálgica recordaba cómo había conocido a Erkan, lo mucho que se amaban…
En aquel entonces, él llevaba ya diez años trabajando en la pajarería de su familia, donde criaban y vendían pájaros de diferentes especies, tamaños y colores.
Al entrar, lo primero que se advertía era el empalagoso olor del alpiste y las plumas muertas que sobrevolaban la tienda dejando una sensación de bruma y sofoco permanentes. Además, el trino de aquellos animales sin vuelo se hacía repetitivo e irritante, hasta el punto de que los compradores, al cabo de unos minutos, se afanaban por salir lo antes posible del lugar para tomar aire.
Erkan era un hombre alto y sereno, de enormes ojos negros rasgados y marcados pómulos. Aunque era veinte años mayor que Özlem, su cuidado aspecto y su rostro alargado le hacían parecer mucho más joven de lo que era en realidad.
Los vecinos del barrio de Üsküdar afirmaban que era un buen hombre, un buen musulmán, pero algunos preferían chismorrear acerca de su prolongada soltería, y afirmaban que «no era hombre de casar, sino hombre de rezo y plegaria».
Özlem pasaba a menudo por la tienda, siempre con la excusa de estar buscando un pájaro para alguna amiga; a menudo, sonrojada y silenciosa.
Él la atendía con una tímida sonrisa, observándola de soslayo mientras ella paseaba vacilante entre las jaulas.
Özlem tenía apenas veinte años, pero su madre ya la presionaba para que encontrara marido. Nunca se había interesado demasiado por los chicos de su edad, y cuando alguno la miraba, se escondía rápidamente tras su velo. Sin embargo, Erkan le parecía diferente, especial. A ella le gustaba ver cómo ponía trocitos de manzana a los canarios, con qué delicadeza sacaba cada tarde a los pájaros para limpiar las jaulas…

Sus dos primeros años de matrimonio fueron muy felices. Özlem se encargaba de las labores de casa, y esperaba con ilusión que Erkan llegara de la tienda; después comían y conversaban sobre lo que habían hecho durante el día.
Al anochecer, desnudos en la cama, se abrazaban, se olían, se encontraban…
A ella le gustaba que le acariciara los senos; él le agarraba la mano y la dirigía por debajo del vientre, le susurraba al oído…
Hasta que, una tarde, Özlem recibió la visita de una vieja amiga. Tomaron çay y conversaron animadamente hasta la hora de comer.
Özlem había olvidado por completo que Erkan estaba llegando y tenía que preparar la comida; cuando este llamó a la puerta, Özlem se levantó alarmada.
Aquel mediodía, comieron los restos del día anterior, y él pasó toda la tarde encerrado en la habitación con sus pájaros, mientras ella lo espiaba por el ojo de la cerradura: Erkan cambiaba los pájaros de jaula, una y otra vez, abría y cerraba las jaulas para asegurarse de que no se podían escapar… A veces, en voz baja, les tarareaba canciones turcas de amor, otras los insultaba con desprecio, hasta que, abrazado a las jaulas, terminó quedándose dormido sobre la mesa.
Después de aquel día, nunca más se repitieron las conversaciones durante la comida, ni las miradas cómplices, ni los besos…
Solo algunas noches, cuando Erkan llegaba tarde a casa oliendo a alcohol, este la buscaba entre las sábanas y con un impulso violento disfrazado de deseo la ponía de espaldas, le doblaba las rodillas y la penetraba con fuerza durante unos minutos hasta que Özlem dejaba de sentir su aliento agrio en la oreja, y Erkan, aliviado, se dormía.
Un día de tormenta, cuando él no estaba, Özlem entró en la habitación de los pájaros: todas las jaulas estaban puestas en orden y etiquetadas, con pájaros de diferentes tamaños y colores. Entonces, sintió una náusea repentina, un escalofrío en la garganta… Özlem se vio enjaulada y diminuta, rodeada de alpiste y trocitos de pan, las alas cortadas.
Escapó angustiada dando un portazo, conteniendo la sensación de vértigo y con el estómago encogido entre sus manos. Al fin fuera Özlem respiró, libre.
Por la noche, Erkan llegó sombrío y silencioso, comieron, y al pasarle el pan, la miró con desgana:
–Pasaré unos días fuera –dijo sosteniendo el pan entre sus manos.
Ella asintió y le sirvió más sopa, alejándose en su pensamiento.
Esa semana, Özlem empezó a frecuentar el hammam del barrio. Sobre la piedra caliente, una mujer le frotaba el cuerpo con delicadeza y le vertía agua tibia en la espalda.
Sus manos eran pequeñas y suaves en el cuello, ligeras y sólidas en las piernas… Özlem cerraba los ojos y se dejaba llevar. En pocos días, el peso que solía sentir en su espalda desapareció.
Aquella mujer de aspecto fuerte y delicadas manos le contaba cada día hermosas historias sobre su país; se llamaba Burcu y era kurda.
Como la mayor parte de las mujeres kurdas que vivían en Turquía, Burcu tenía miedo de decir de dónde venía; sin embargo, con el paso de los días, ella y Özlem se hicieron cada vez más amigas, y por las mañanas, mientras Burcu le frotaba la espalda, se confesaban todos sus deseos, sus sueños, miedos y esperanzas.
Burcu había nacido en una pequeña aldea de Bitilis, situada en una región que ahora pertenecía a Turquía. Su familia era muy pobre y emigró a Turquía en busca de trabajo cuando Burcu era pequeña. Fueron tiempos muy duros, sintieron el rechazo y la discriminación de un país que no reconocía su existencia ni su identidad.
Pero, como la mayor parte de los kurdos, la familia de Burcu optó por resistir, y su situación mejoró mucho cuando el padre encontró trabajo en una fábrica a las afueras de Estambul.
Burcu fue la única de sus siete hermanos que pudo ir al colegio, y cuando cumplió la mayoría de edad empezó a trabajar como cajera en un supermercado.
Su familia insistía para que se casara, y por eso, cuando su compañero de trabajo se le declaró, Burcu aceptó para no seguir escuchando las quejas de sus padres. Se casaron un año después, y Burcu, que siempre había tenido buenas manos, empezó entonces a trabajar como masajista en un hammam público. No ganaba demasiado, pero se divertía charlando con las señoras que pasaban por allí cada día. Dos años después nació su primer hijo, y después de este Burcu no volvió a quedarse embarazada.

Cuando, aquella mañana, Özlem entró en el hammam, a Burcu le pareció tan frágil que pensó que se desplomaría si no la sujetaba con fuerza. La acompañó a los baños y sintió una profunda tristeza al mirarla a los ojos.
Sobre la piedra, se dio cuenta de que su espalda estaba tremendamente contraída, y su cuerpo, aunque delgado, era un cuerpo mustio y abandonado, olvidado.
Sin embargo, cuando Burcu empezó a masajear a Özlem, las mejillas se sonrosaron, las piernas le parecieron más tersas al tacto, la espalda más firme y relajada… Özlem se iba transformando bajo sus manos.
Desde entonces, Özlem iba todas las mañanas al hammam; entre baño y baño, ambas tomaban çay y conversaban animadamente como viejas amigas.
Özlem terminó por confesarle un día, entre lágrimas, que su marido llevaba más de una semana fuera de casa y sin dar noticias, también le contó lo desgraciada que había sido con él esos últimos años y la extraña obsesión que él tenía con sus pájaros.
–Piensa que por lo menos no has tenido hijos, así solo sufrirás tú y no ellos –le dijo Burcu, agarrándola de la mano para intentar consolarla–. Yo solo he tenido uno porque Allah no me ha querido dar más –prosiguió con la mirada triste y perdida.
Después de haber tenido su primer hijo, el marido de Burcu iba de bar en bar; cada noche llegaba borracho a casa, con la camisa manchada de carmín y apestando a perfume barato.
Burcu no hacía preguntas: cuando lo oía llegar cerraba los ojos con fuerza y fingía que no lo había escuchado, intentaba dormir, en vano…
Özlem entendió, la abrazó con fuerza y ambas se quedaron así durante varios minutos, entrelazadas y aliviadas en su complicidad.
Una tarde, decidieron quedar para tomar té. Özlem había preparado té de manzana y pastelitos de hojaldre en casa. Burcu llegó puntual, a las seis.
Cuando Özlem la recibió, se sorprendió al verla tan cambiada: por primera vez la veía con velo, y ahora no parecía aquella muchacha fuerte y decidida que había conocido en los baños.
Comieron y rieron toda la noche, prepararon más pastelitos de miel y pistacho. Con las manos y la cara enharinadas jugaban a lanzarse trocitos de pistacho, a untarse las ropas de miel... No les importaba ensuciarse, porque se sentían libres como cuando eran niñas y además no había ningún hombre allí que pudiera reprocharles su comportamiento.
Pero, cuando el té se acabó, ocurrió algo inesperado… Özlem se disponía a recoger la mesa cuando el azucarero de cristal, aquel que le había regalado su madre el día de su boda, cayó al suelo haciéndose añicos. Fue entonces cuando se miraron detenidamente a los ojos. Burcu abrazó a Özlem con fuerza, se mordieron los labios, se besaron los pechos sobre la mesa… La lengua que bajaba por la espalda, la respiración entrecortada, el rubor de las mejillas, la cálida humedad de los sexos en la boca, los dedos que penetran…
Al amanecer, Özlem se despertó con el primer ezan de la mañana, confusa y sola; ella se había marchado, pero le había dejado su velo en forma de piel mudada sobre la almohada y una nota:
-Te espero en el hammam.

Özlem entró en la habitación de los pájaros.

Abrió todas las jaulas.

Alba Seoane

Hacía tanto que no escribo...

Un frío "crack" en la espalda, un silencio que me susurra al oído:
"tschuuuuu... Una vez más, niña sin nombre, cierra los ojos y abre las piernas".
Y yo vendo, vendo... Te vendo mi cuerpo, mis días de sol, todo por un puñado de ilusión y recuerdos.
Gélido mármol, sentencia perpetua sin rostro ni besos ¿dónde te perdí, mi camino?
Quizá en la desesperanza de los pasos, esos que no dejan huella ni rastro.
Ya lo sé, es lo que debo hacer: venderlo todo sin mirar a ciegas, a medias, porque es con un solo ojo que el dolor duele por la mitad y de todos modos, yo no pude encontrar la mía.
Pero, sin embargo, aún así, sin vista y sin presencia tú me sigues a lo lejos, de pies y manos atadas, con una flor marchita en el sombrero.
No llores más, esperanza mía, que lo que aún no llegó no se puede llorar en su partida.
Alba Seoane