Cuerpos fantasmales en la urbe global
«La fluidez se ha convertido en metáfora de una sociedad
contemporánea donde, paradójicamente, la única estabilidad descansa en lo
efímero, donde las formas sociales cambian antes de que se sedimenten. No
obstante, en la urbe global entendida como espacio de flujos cristalizan
algunas relaciones sociales – por ejemplo, el vínculo consumidor-mercancía.
Esta relación social propicia la creación de una subjetividad corporalizada
donde el cuerpo se ha convertido en un fin y no sólo en un medio. El cuerpo es
aquí una doble entidad subjetivada (el cuerpo-consumidor) y objetivada (el
cuerpo-mercancía), un ente fantasmal que deviene funcional a la sociedad de
consumo.»
Angel Martínez Hernáez
El señor Angel Martínez Hernáez es profesor titular de
Antropología médica en la Universidad Rovira i Virgili, además de Director de
Investigación del área sanitaria del Instituto de la Infancia y Mundo Urbano.
Este es sólo un fragmento de una de sus muchas obras.
De hecho, me parece interesante porque trata del mundo en el
que vivimos, la “urbe global”, sociedad industrial y de consumo donde se
priorizan relaciones de mercancía-consumidor, dejando a un lado valores que un
día fundamentaron nuestros estilos de vida. El texto es bastante complejo pero
el sentido es muy claro, el autor habla de lo efímero de nuestra “estabilidad”,
del exagerado consumo de bienes, información etc. Algo que ha dado lugar a un
ritmo frenético de entradas y salidas de mercancías, un ritmo que se ha
instalado en nuestras propias vidas, en nuestras propias casas, casi sin darnos
cuenta. Algunos lo llaman globalización, otros capitalismo, pero lo cierto es
que estos son sólo términos, y solos no pueden albergar una realidad tan
extensa, con tantos factores influyentes en un periodo de tiempo tan largo.
Los que ya han visto el famoso documental Zeitgeist sabrán
que el director acusa de gran parte de nuestros males a los bancos y a unas
pocas presencias invisibles que controlan el sistema financiero mundial, estoy
de acuerdo, pero creo que no se trata sólo de esto, se trata de todos y cada
uno de nosotros, porque aunque es obvio el poder que hoy tienen sobre nosotros
las tecnologías y medios de comunicación, que nos han convertido en seres
dependientes e infantilizados, está claro que no somos del todo inocentes. Es
el precio de la comodidad. Qué importa si uno no tiene tiempo para sí mismo,
para sus amigos, familia etc. para reflexionar, crecer…Lo importante es que
llego a casa y me espera mi bañera de hidromasaje, mi televisión plana y encima
tengo el microondas que me calienta la lasaña “prefabricada” con sabor a
plástico que me compré en el super. Qué importa si como mujer no puedo ser
madre y casi tengo que avergonzarme de querer serlo porque se supone que tengo
otras prioridades y porque socialmente tengo más obstáculos que ayudas. Lo
importante es que el próximo mes podré por fin pagar la hipoteca.
Una de las cosas que más me preocupa es que la autenticidad
de los lugares (países, regiones o ciudades) se está esfumando con el tiempo.
Parece que nadie se da cuenta de estas cosas, pero en mis viajes por Europa,
empezaba a tener la impresión de que no había salido nunca de mi ciudad ¡todas
las ciudades me parecían iguales! Era algo así como un sueño macabro…
Poco a poco las ciudades se iban mezclando con la masa
homogénea, aquello que no se sabe quién ha decidido que tiene que ser un todo.
En todas las ciudades encontraba las mismas tiendas, los mismos restaurantes, y
sobre todo, las mismas prisas, las mismas miradas perdidas…Incluso ciudades con
tanto carácter y esencia como Berlín o Barcelona ya son irreconocibles. ¡Todo
sea por el turismo! Todo sea por las ganancias.
El problema es que el precio a pagar es nuestra propia
individualidad, nuestra propia libertad, la nuestra y la de nuestra tierra,
nuestras regiones, ciudades etc.
Se supone que todo esto surgió como un intento de acercar a
las diferentes culturas, facilitar la comunicación entre los pueblos, pero yo
me pregunto ¿acaso para que las culturas dispares se acerquen y puedan convivir
en armonía tienen que anularse? ¿Acaso tienen que deshacerse de su identidad?
La respuesta es NO, y lo contrario me parecería una “deshumanización de la
humanidad”. Ahora decimos que somos personas de mundo porque al lado de casa
tenemos una tienda con objetos decorativos de la India o porque podemos viajar
a países como África, Sudamérica etc. los llamados países “pobres” (adjetivo
más que dudoso en este caso) en hoteles de cinco estrellas por muy poco. Pero,
la realidad, es que después no estamos dispuestos a aceptar nuestra
responsabilidad en el hecho de que estos países hayan sido relegados al estado
de “pobres” durante tanto tiempo, y mucho menos a hacer algo para cambiarlo. En
este punto volvemos de nuevo al tema del consumo, para que nosotros sigamos
manteniendo este ritmo de vida y consumo frenético (que… ¿nos hace tan
felices?) tenemos que hacer vista gorda a que otros carezcan de los medios
básicos de supervivencia, y ya ni siquiera hablamos de comodidad, hablamos de
supervivencia. Empezamos con la época colonial y seguimos ahora, llegando al
punto álgido de esta masacre de conciencias y espíritus. Se dice que en África
y Sudamérica hay corrupción, pero ¿quién está detrás de toda esa corrupción?
Eso pocas personas se lo preguntan porque sería desagradable tener que empezar
a apuntar con el dedo a nuestro alrededor, muy cerca de nosotros...