Me adentro en las colinas escarpadas, con olor a pino y
eucalipto; son rocosos acantilados llenos de vértigo. En un instante, pierdo el
equilibrio y mi fatalidad me empuja hacia el vacío.
Vacío… el vacío me absorbe igual que el fondo de un abismo.
Un inquietante escalofrío de placer me recorre el cuerpo: el placer de saberse
viva o quizá incluso muerta en secreto.
Por un momento pierdo la noción de vida, me pregunto si no
estaré viviendo mi propia historia, una historia soñada y elegida por mí, con
sus personajes, nudos y desenlaces. Todo es ficción en mi memoria.
¿Cómo puedo cerciorarme de que no sueño? Ahora que lo
pienso, nunca me ocurrió algo que no pensara o al menos imaginara, un suceso
cualquiera que transgrediera el pensamiento y perteneciera al más allá del yo
pensado.
Entonces, dime, ¿cómo puedo estar segura de que no sueño? ¿Y
si todo procede del deseo? Hay que tener cuidado con lo que uno desea, no sea
que vaya a cumplirse.
El deseo me asusta porque solo recientemente comencé a
desear con el corazón, con mi propio deseo y no con el colectivo. Y por eso,
ahora que lo reconozco a él y a mi propia responsabilidad de autonomía:
Libertad, estoy fascinada de miedo, y me pregunto si lo que una vez llamaron
vida es apenas un deseo imaginado, si la muerte tampoco existe y mi imaginario
es lo único que me queda.
Siento la inconsistencia del tiempo y la realidad, lo
insensato del sufrimiento, la fugacidad de la alegría que ahora se manifiesta
ante mí suspendida en el aire, impalpable.
¡Qué triste será descubrir, cuando se nos acaben los sueños
y nos sorprenda la inexplicable muerte, que nuestro pesar fue en vano y
nuestras conquistas irrealizables!
¡Qué hermosa la espontaneidad del desapego!
Alba Seoane