Clavadito
Llegó el alacrán,
que con una picada certera e inevitable
me levantó todas las costras y capas del invierno.
Oscureció el ocaso con los últimos rayos
y me miró como a sorbos,
desvelando cada uno de mis sueños.
Sus labios eran jugosos y firmes como una fruta,
Como una llamada directa desde el infierno.
Su aguijón estaba siempre al acecho,
listo para la batalla.
Lo llevaba yo clavadito en el ojal,
a punto de traspasarme la piel
y penetrarme el corazón.
Pero hacía frío,
pelusas de algodón me caían como nieve,
y creí que nevaba…
Por un momento, quise robarle los labios con mi propia boca,
aspirando hasta el último de sus pecados.
Me volví animal salvaje y quise redimirlo,
fui presa fácil y dejé mi pecho al descubierto,
con un reguero de sangre que iluminaba su camino a borbotones.
Era una vergüenza ver cómo no pedía ayuda,
cómo simulaba el goce de sentirme cautivada,
entregada de brazos abiertos a un destino sin causa.
Los senos y el vientre me rebosaban como nunca,
No se estaban quietos de tanta alegría,
y mientras, el alacrán, satisfecho con la cacería,
culminaba el más cruel y deseado de todos mis designios.
Alba Seoane
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