Publicaciones:
El Mar de Venus. Editorial Hijos del Hule. Barcelona (2010).
Ferro, el Muñeco de Hojalata que Quería ser un Niño con Corazón. Ediciones Gentle Noise. Barcelona (2011).
La Habitación de los Pájaros. Premio Relatos Románticos (2012). Publicación en antología Ese Amor que Nos Lleva, Ediciones Rubeo. Barcelona.
Microrrelato. (Antología). Epidermis. Barcelona (2012).
De tu boca, el despertar (poemario). Ediciones Carena (2013, Barcelona).
Todas las primaveras son pecado (poemario). Ediciones Carena (2016, Barcelona)


martes, 28 de diciembre de 2010

EL CALCETÍN
Ana tenía la molesta manía de no emparejar bien los calcetines. Fernando siempre se lo recriminaba, con cierta satisfacción oculta y paterna.
Cada mañana, mientras Ana aún dormía, Fernando se afanaba furioso en la búsqueda del calcetín desparejado: un día era rojo con negro, otro amarillo con verde, otro multicolor con blanco… El caso es que el crispante ritual matutino del calcetín se repetía cada día como una pesada carga en la ordenada vida de Fernando.
Ya lo habían hablado, también discutido, pero no había manera, Ana no podía evitarlo, y aun despertándose cada mañana con la firme intención de no volver a hacerlo, acababa repitiendo la operación una y otra vez de forma casi hipnótica de tan automática.
Todo empezó una mañana tibia y fresca de abril. Ana se desperezaba entre las sábanas de franela, buscaba la ventana arrastrando sus párpados pesados por la habitación, y se disponía a preparar el café.
Entonces, en la cocina, de repente se sintió extraña, desconocida. Una náusea invisible le subía por la garganta dejándola sin aliento. La cafetera estalló en chillidos de vapor. Ana soltó un suspiro silenciado por el frenesí metálico de la máquina y se agarró con fuerza a la mesa para evitar el vértigo de su propio silencio aquella mañana.
Apagó el fuego, se sirvió el café, turbio por la agitación de sus manos, y fue directa al dormitorio: tenía que ordenar la ropa recién planchada de Fernando. Pensativa recordó lo meticuloso que era Fernando con sus cosas: las camisas perfectamente planchadas, los zapatos siempre relucientes de betún… Pero, sobre todo, los calcetines: Fernando los tenía de todas las texturas y colores imaginables, incluso los de agujeritos en los dedos que nunca se atrevía a tirar.
Ana permanecía absorta frente al gigantesco armario empotrado, mirando los calcetines… De nuevo la misma náusea. De nuevo el mismo suspiro, esta vez no silenciado… Entonces una sola palabra le vino a la mente: “puerta”. La puerta que hacía su aparición desde el pasado como la única razón de su entonces existencia. La puerta de su reciente identidad, disfrazada de prestigio: “señora de”, mujer respetable, sin nombre pero con mayúsculo apellido.
Fue entonces cuando Ana, horrorizada frente a su propia imagen sin nombre en el espejo matrimonial, se preguntó: Pero… ¿Qué puerta es esa que te cierra todas las otras?
Y mojando su desazón en el café se puso a ordenar los calcetines de Fernando, una vez más desparejados.
Alba Seoane Cegarra

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